La soledad de Donald Trump en la cumbre del Partido Republicano se hace cada día más visible. Trump, candidato a las elecciones presidenciales de noviembre frente a la demócrata Hillary Clinton, cuenta con el respaldo de los millones de votantes que le eligieron en las primarias, pero no logra unir a las élites del partido. Esta semana, una senadora de peso, Susan Collins, y 50 ex altos cargos en el ámbito de la seguridad y la defensa han cuestionado la capacidad del empresario neoyorquino para ser presidente de EE UU.
Trump es el líder efectivo del Partido Republicano desde que en julio la convención de Cleveland (Ohio) lo proclamó candidato a la Casa Blanca. En Cleveland los delegados republicanos cerraron filas con él y algunas de las figuras más prominentes del partido subieron al estrado para defenderle. Así lo hicieron, aunque sin entusiasmo, el speaker o presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, y el otro jefe republicano de Washington, el líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell.
Pero ya entonces, la ausencia de los presidentes republicanos vivos (los Bush, George Herbert Walker y George Walker), de los últimos dos candidatos republicanos a la presidencia (John McCain y Mitt Romney) y del gobernador del Estado anfitrión de la convención, John Kasich, fue una señal de las dificultades del magnate neoyorquino para unir al partido. Su principal rival en las primarias, el senador por Texas Ted Cruz, salió abucheado de la convención tras negarse a apoyarle.
Desde entonces, todo ha empeorado para Donald Trump. Ha caído en los sondeos. Ha desoído los consejos y ha renunciado a adoptar un tono más presidencial. Ha perseverado en su método de campaña basado en insultos y ofensas, en destrozar lo que él llama la corrección política. Y en paralelo ha visto cómo las filas de la disidencia interna crecían.
La carta publicada por 50 ex altos cargos de seguridad nacional en todas las Administraciones del Partido Republicano desde la de Richard Nixon en los años sesenta y setenta del siglo pasado, y el artículo de la senadora republicana por Maine, Susan Collins, repudiando a Trump, son un golpe doble. El lenguaje de los dos textos es muy parecido. Ambos descalifican el temperamento de Trump para ser comandante en jefe.
Senadores en contra
La senadora Collins, adscrita al ala moderada, cita las burlas de Trump a un periodista con una discapacidad física, sus ataques a un juez por su origen mexicano y las críticas a la familia de un soldado estadounidense musulmán caído en Irak. Sostiene que Trump “no es merecedor” de ser el presidente del país y expresa el temor de que su actitud irreflexiva y la ignorancia de sus comentarios “hagan que un mundo peligroso todavía lo sea más”. Concluye que Trump deshonra las tradiciones del Partido Republicano y, por tanto, ella no se ve obliga a apoyarlo en noviembre. Collins es la cuarta senadora en anunciar que no votará a Trump. En total, son una decena de republicanos en el Senado los que se han reservado la decisión final.
Los 50 firmantes de la carta divulgada el lunes —entre ellos, el exdirector de la CIA Michael Hayden y los exsecretarios de Interior Michael Chertoff y Tom Ridge— advierten de que Trump “sería un presidente peligroso”, “el más temerario de la historia americana”.
Son acusaciones graves dirigidas al candidato a la Casa Blanca de uno de los grandes partidos. Y lo son más teniendo en cuenta que quienes las formulan son muchas de las cabezas pensantes y de las primeras espadas de su propio partido; quienes, en condiciones normales, hoy estarían ayudando a su candidato a preparar la transición a la presidencia y el programa de gobierno.
A Trump le ha dado la espalda el complejo de seguridad nacional, el deep state o estado profundo, la red de expertos, altos funcionarios, grandes espías y políticos que garantizan la continuidad de la política exterior y de defensa de la primera mundial.
Insubordinación militar
En caso de victoria en noviembre, Trump tendrá que reconciliarse este grupo, o Estados Unidos podría entrar en una dimensión desconocida, incluso en un conflicto entre el poder político y el militar. En febrero pasado, Hayden, el exjefe de la CIA, dijo que las fuerzas armadas de Estados Unidos podrían desobedecer algunas órdenes de un presidente Trump, como la de matar a familiares de sospechosos de terrorismo, como sugirió el candidato en campaña. “No estás obligado a obedecer órdenes ilegales”, dijo.
No todos estos republicanos votarán a Hillary Clinton, pero su lenguaje contra Trump es tan o más duro que el que emplean los demócratas. Es en ámbitos tradicionalmente conservadores —desde columnistas de referencia de la derecha como George Will a laboratorios de ideas como el American Enterprise Institute— donde se escuchan algunos de los reproches más agrios al candidato republicano. Un artículo en la revista neoconservadora The Weekly Standard, publicado esta semana, compara al speaker Ryan, la gran esperanza de los conservadores que finalmente se ha plegado a Trump, con el mariscal Pétain, el militar francés laureado en la Primera Guerra Mundial que acabó sometiéndose a Adolf Hitler.