Por: Graciano Gaillard

En diciembre del año pasado, la República Popular China anunciaba que había un brote de coronavirus (COVID-19) en Wuhan. Semanas después, el director de la Organización Mundial de la Salud, agencia especializada de la ONU, informaba que estábamos frente a una pandemia[1]. Por lo tanto, asistimos a una crisis global la cual requiere de la cooperación internacional para enfrentarla exitosamente.
El multilateralismo ha estado en el centro de las relaciones internacionales como mecanismo de entendimiento y para prevenir guerras entre las naciones. A esto sumamos desafíos globales tales como terrorismo, migración, cambio climático, y pandemias, como el COVID-19.

No obstante, hoy en día, el multilateralismo no se encuentra en su mejor momento. Está en peligro. Hay gobernantes que apuestan al nacionalismo y aislacionismo[2] sobre la cooperación y el derecho internacional, ignorando que los problemas globales requieren de respuestas y soluciones globales, ahora más que nunca.

La Naciones Unidas ha sido criticada por algunas tareas pendientes, como la cuestión Palestina (el conflicto palestino-israelí) y las guerras de Yemen y Siria, así lo ha reconocido el propio Secretario Guterres.

Si bien es cierto que la ONU tiene tareas inconclusas, no menos cierto es que también ha hecho grandes contribuciones en tiempos de crisis globales como esta que nos azota, sobre todo al mundo en desarrollo. Sin embargo, hay espacio para mejorar.

Más allá de todos estos retos pendientes, es innegable que hemos progresado. La ONU ha crecido en número, de 51 a 193 Estados Miembros, y por supuesto cuenta con una estrategia mucho más inclusiva, poniendo al ser humano y la protección de nuestro planeta en el centro de su estrategia.

Cabe mencionar la Agenda de Acción de Addis Abeba, un nuevo marco global para la financiación del desarrollo sostenible y el Acuerdo de París, el cual procura reducir las emisiones y combatir el cambio climático.

Por último, en lo que concierne al fenómeno de la migración, el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular, el cual busca que los estados, tanto emisores como receptores, se beneficien de la migración al implementar sus políticas migratorias. Valga recordar que este pacto no es vinculante y respeta la soberanía de los estados.

Gracias a los esfuerzos de Estados Miembros y agencias especializadas del sistema, hoy contamos con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030[3]. Una hoja de ruta lanzada por la ONU que abarca desde erradicación del hambre hasta la formación de alianzas estratégicas para lograr los ODS.

De hecho, el Objetivo número 4 se refiere a Salud y Bienestar: ‘Para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible es fundamental garantizar una vida saludable y promover el bienestar universal.’

Esencialmente el Objetivo 4 es el que está en cuestión. Muchos países ya enfrentaban dificultades con sus sistemas sanitarios antes del a crisis del COVID-19. Por eso, el impacto negativo en la salud pública, y también en lo económico en países de América Latina será mayor. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) el número de gente sin recursos suficientes (o el nivel de pobreza) en la región puede crecer en 35 millones de personas[4].

Es precisamente en ese contexto que los Estados Miembros de la ONU como Noruega han anunciado la creación de fondo para asistir a los países en desarrollo. Asimismo, el Secretario General, António Guterres, ha alzado la voz en favor de los países menos favorecidos, ya que no podrán hacer frente a la crisis de salud pública que podría generar el coronavirus. La ONU ha tomado el liderazgo para mitigar los efectos del coronavirus en esta crisis.

He aquí algunos efectos y lecciones aprendidas con el impacto del COVID-19.

  • La urgencia de la actuación conjunta y coordinada para mitigar los efectos del COVID-19 a nivel global, con especial atención en el mundo en desarrollo.
  • El liderazgo político se ha unido para apoyar las medidas que adopten los gobiernos para proteger la salud pública.
  • La necesidad de organizar la cooperación en el nivel nacional, regional y global, coordinada por la ONU para paliar los efectos del COVID-19.
  • Las tecnologías digitales (TICs) han sido claves en la implementación del distanciamiento social para contrarrestar el virus y mantener el acceso a algunos servicios como telemedicina, aprendizaje a distancia, compra de alimentos, etc.
  • Hemos sido testigos de la fragilidad de los sistemas sanitarios no solo de los países en vías de desarrollo sino también en países desarrollados como España, Italia y Estados Unidos. Por lo tanto, los gobiernos están obligados a mejorar la eficacia de sus repuestas ante crisis de salud pública como la actual.
  • Es oportuno el fortalecimiento de la protección social por parte del estado, así como el lanzamiento de paquetes económicos para revitalizar la economía.
  • La ONU, a través de su agencia especializada, la OMS ha trazado las directrices para controlar la pandemia y de esa manera reducir su impacto en todo el mundo, especialmente en los países en vías de desarrollo.

Como conclusión, e independientemente de las amenazas que enfrenta el multilateralismo hoy en día, es evidente que la ONU sigue siendo uno de los mecanismos más eficientes para dirimir diferencias y edificar consenso. Hemos demostrado que, si cooperamos, podemos hacer   este planeta más habitable para dejarlo como legado a futuras generaciones. Por lo tanto, es primordial fortalecer el orden multilateral para continuar dando respuestas coordinadas y efectivas a los desafíos globales tales como pandemias, terrorismo, cambio climático, y muchos otros.

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