Ciudad del Vaticano.- “Tú que me salvas, enséñame a servir. Tú que no me dejas solo, ayúdame a consolar a tus hermanos, porque desde esta noche todos son mis hermanos” fueron las palabras con las que el pontífice concluyó su homilía de Nochebuena, en una Basílica de San Pedro enrarecida.
Y es que el templo vaticano poco o nada se pareció al del pasado en una fecha festiva tan señalada como esta, en la que se conmemora el nacimiento de Jesús de Nazaret, una de las misas más importantes del año litúrgico.
Nacimiento
En esta ocasión, el papa estuvo acompañado por sus concelebrantes y por unos ciento cincuenta fieles, religiosos, religiosas y residentes del Estado pontificio, todos separados y con mascarillas.
En su homilía, el pontífice explicó que la Navidad es un período que permite a los fieles “nacer interiormente de nuevo” y por eso lanzó un mensaje de fraternidad y religiosidad.
Francisco se preguntó por qué el Mesías nació de noche, pobre y rechazado, sin un alojamiento digno: “Para hacernos entender hasta qué punto ama nuestra condición humana: hasta el punto de tocar con su amor concreto nuestra peor miseria”, sostuvo.
Porque las personas, señaló, “hablamos mucho, pero a menudo somos analfabetos de bondad”.
Hoy, Francisco lee su mensaje de Navidad e imparte la bendición Urbi et Orbi, dirigidos “a la ciudad y al mundo”, dentro del Palacio Apostólico y no desde el balcón de la Basílica de San Pedro.
Tristeza en Belén
Belén, cuna del cristianismo, tiene una Navidad distinta, marcada por una pandemia que la privó de las habituales multitudes, pero celebrada igualmente por la comunidad local, que encontró en esta festividad un respiro del incesante sufrimiento sanitario.
“Tristeza”, fue la palabra que más se escuchó por las calles de Belén, decoradas con tantas luces navideñas como puestos de control policiales, que buscan hacer cumplir las duras restricciones que rigen en todo el territorio cisjordano para frenar la pandemia.