Te acuestas, te tapas hasta arriba con el edredón y el cuerpo comienza a relajarse hasta quedarse dormido. Los músculos se aflojan, la respiración y la frecuencia cardíaca se desaceleran. Las ondas cerebrales cambian de un estado activo a uno más calmado. Se emprende la restauración física: reparación de tejidos y del sistema inmune. Todo esto sucede en las primeras horas del sueño. Luego llega la fase más profunda y, con ella, la verdadera acción.
Así funciona, a grandísimos rasgos, el sistema glinfático, el mecanismo de limpieza y de gestión de residuos del cerebro. Su existencia se descubrió hace más de una década, pero un estudio publicado recientemente en la revista Cell, explica, por primera vez, algunos de los mecanismos que subyacen debajo de su funcionamiento, como por ejemplo el papel de la noradrenalina. La investigación, que lleva la firma de Maiken Nedergaard, la científica danesa que escribió sobre el hallazgo original en 2012, también advierte de que los somníferos pueden alterar el sistema de lavado de cerebro. Las pruebas se realizaron en ratones.
Natalie Hauglund, neurocientífica de la Universidad de Oxford y la de Copenhague que firma el estudio de Cell, lo detalla: “Cuando las células del cerebro trabajan, producen materiales que no se utilizan y son liberados fuera de las células. Si estas moléculas se acumulan pueden ser tóxicas y vincularse a trastornos neurodegenerativos. Por ejemplo, una de ellas es la beta amiloide, una proteína que puede crear placas que se ven en muchos casos de pacientes con Alzheimer”. Para evitar esa acumulación, cada noche, durante el sueño, una riada de líquido cerebral carga con todos esos desechos. Al final de su recorrido, los residuos se trasladan al sistema de limpieza general del cuerpo, donde se gestionan con el resto de los desechos biológicos.
Tampoco se ha podido explicar lo siguiente: cada vez que el cerebro libera noradrenalina durante el sueño, se produce un pequeño destello de vigilia. Dormidos no llegamos a percibirlo, pero la actividad cerebral se transforma y se parece más a cuando el cerebro está despierto. “Los datos muestran que no es necesariamente malo que esto suceda, es un misterio descubrir por qué este mecanismo está ahí y cuál es su función mientras dormimos”, apunta Hauglund.
El sueño farmacológico
El estudio también ha arrojado que algunos fármacos para dormir pueden interferir en el sistema de lavado del cerebro porque cambian la arquitectura del sueño. Un dato inquietante si se tiene en cuenta que en marzo de 2024, Carlos Egea, presidente de la Federación Española de Sociedades de Medicina del Sueño, anunció que España es el primer país del mundo en el consumo de medicamentos para dormir. Cinco millones de personas dependen de ellos para irse a la cama todas las noches.
“Encontramos que mientras que en el sueño natural el bombeo de noradrenalina en el cerebro es constante, fármacos como el zolpidem (de la familia de las benzodiacepinas) inhiben su liberación, lo que hace perder el efecto de bombeo del líquido limpiador por los vasos sanguíneos”, remarca Hauglund. Los científicos descubrieron que las ondas de noradrenalina durante el sueño profundo eran un 50% más bajas en los ratones tratados con zolpidem que en los ratones que dormían de forma natural. Y aunque los ratones medicados se dormían más rápido, el transporte de líquidos al cerebro se redujo más del 30%. El estudio subraya que las personas deberían ser muy cuidadosas con el uso de este tipo de medicamentos, sobre todo durante largos períodos de tiempo.
“Ya sabemos que los hipnóticos no pueden ser la primera opción para tratar el insomnio u otros trastornos del sueño”, apunta Mayà. “Estos medicamentos van bien a corto plazo, pero tienen efectos adversos y producen tolerancia. Este nuevo estudio es un motivo adicional para intentar evitarlos”. Hauglund aporta un matiz: “No es algo que supiéramos antes, así que la ciencia no lo ha tenido en cuenta al momento de desarrollar estos medicamentos. Ahora que sabemos que la noradrenalina impulsa la limpieza del cerebro, podremos descubrir cómo conseguir que las personas tengan un sueño prolongado y reparador”.
Es que con los trastornos del sueño, por ahora, no hay una salida fácil. Si no se llega a alcanzar una fase profunda de descanso, el sistema glinfático no se activa, por lo que el cerebro queda sucio. Esa suciedad, a la vez, altera el descanso. “Se transforma en un círculo vicioso”, advierte Hauglund.