Foto: Pepe Mujica, ex presidente de Uruguay

El demonio induce a creer que uno es el Escogido: un ser imprescindible e insustituible. Una y otra vez se repite la historia de la caída en la tentación de creerse predestinado a dirigir sin límites, o al menos de fingir esa creencia con fines inconfesables, y contagiar a sus fieles seguidores con esa falacia. La conspiración diabólica para hacernos creer que somos irremplazables empieza sutilmente inflando la autoestima hasta el límite de lo saludable en base a algunos éxitos que nos atribuimos egoístamente, en lugar de reconocer su carácter colectivo; y pasa por sentirse superior, arrogante y condescendiente con los demás, hasta el punto de humillar al semejante.

Es contra natura pensar que en nuestra ausencia el barco zozobra, la empresa perece, el país se hunde, el mundo se va a pique. La vida siempre continúa, y en efecto el cosmos ni cuenta se da cuando el más poderoso de los humanos desaparece, como se ha comprobado una y otra vez. Es verdad que cada individuo es único en su carácter y características, y por tanto irrepetible. Pero de ahí a que sea indispensable, imprescindible para dirigir el conglomerado, es un salto falaz. Siempre surgen nuevos líderes, aparece el relevo para recoger el cetro y eventualmente llevarlo más alto. Esa es la sabia lección de la Historia: ningún individuo es irreemplazable. Insustituibles son los principios, las causas primeras, o como acertadamente dijera el papa Francisco: “el único insustituible en la Iglesia es el Espíritu Santo”.

Lula, el mismo que cayó de su alto sitial en el panteón de los gobernantes contemporáneos por la codicia, en cambio no cedió a la tentación demoníaca de creerse irreemplazable, razonando de manera preclara: “No creo en la palabra insustituible. No existe nadie que no sea sustituible o que sea imprescindible. Cuando un dirigente político comienza a pensar que es imprescindible, que es insustituible, comienza a nacer un dictadorzinho… Está naciendo, dentro suyo, una pequeña dosis de autoritarismo o de prepotencia… Cualquier persona que crea ser imprescindible empieza a poner en riesgo a la democracia… La alternancia en el poder es algo extremadamente sano para el país.”

El demonio suele emplear muchos lacayos en su obra de insuflar el sentimiento de mesianismo en el dirigente poderoso para incitarlo a perpetuarse. De hecho, sin los alcahuetes y alzafuelles a su servicio, la tarea se dificulta, incluso en los casos de experimentados estadistas que se empeñan en continuar más allá de su tiempo, subvirtiendo los auténticos procesos democráticos sin recurrir a la violencia física. Toda persona en posición de poder debe filtrar con mucho cuidado el canto de sirena de colaboradores y dependientes serviles, y prestar especial atención a los críticos independientes. En un artículo de opinión titulado “Los gobernantes insustituibles”, el abogado e historiador colombiano, Gustavo Galvis Arenas, nos ilustra sobre algunos de los riesgos que corren los caudillos continuistas y sus pueblos:

En Francia el general de Gaulle, héroe de la segunda guerra mundial, creía ser el único capaz de gobernar su país, hasta cuando el pueblo francés por medio de un referendo le notificó que ya había cumplido su misión histórica.

Son muchos los ejemplos de caudillos que cumplen su compromiso con la historia y no se dan cuenta del comienzo de su decadencia. El entorno de sus partidarios arma una cortina de humo a su alrededor para protegerlo de las críticas y del peligro que empiezan a ofrecer a sus naciones. 

Se rodean de mediocres alzafuelles que tienen una gran habilidad para mostrar la genialidad del gobernante y sus capacidades para manejar la cosa pública.

No hay un antídoto terrenal contra el veneno de la inflación del ego que hace al líder sentirse insustituible, escogido de la divinidad, y por tanto indispensable. Por eso, incluso caen en esa tentación algunos otrora venerados estadistas y héroes, empañando su reputación para la posteridad con su desmedido afán continuista. Sin embargo, cuando todo conspira para hacernos creer que somos irreemplazables, la reflexión y la humildad son ingredientes claves para combatir el corrosivo sentimiento de superioridad y misión divina que con tanta frecuencia se apodera de los poderosos. Gracias al constante cultivo de la austeridad y la profunda reflexión sobre su rol de liderazgo, Pepe Mujica nunca cedió a la tentación de querer perpetuarse en el poder, y por eso tiene la autoridad para opinar al respecto en los siguientes términos:

No hay personas insustituibles, hay causas insustituibles. Siempre hay un hálito colectivo. Te mueres, y eso es importantísimo para ti. Y si yo me muero es importantísimo para mí. Pero el mundo sigue dando vueltas, y la vida continúa. Ese es el mensaje más glorioso de la naturaleza.

Toda persona en posición de autoridad y poder hace bien en prestar especial atención a la sabia advertencia del papa Francisco: “Creerse indispensable e insustituible es obra del demonio.” Y, sobre todo, obrar en consecuencia, rechazando la tentación demoníaca de creerse irremplazable.

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