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EL AUTOR es politólogo, profesor universitario e investigador. Reside en Santo Domingo.

Por FERNANDO A. PEÑA S.

La afrenta histórico-moral en que devino el PLD no podía tener otro fin que la demolición concreta y efectiva. Esa debilitada fortaleza del partidismo de la última generación conservadora y oligárquica, pervertida por las formas del ejercicio de la política en la tradición dominicana, no podía menos que implosionar, al influjo de las reyertas internas de los grupos de intereses.

Ruidosa la caída. Estrepitoso el final. De poderoso y disciplinado partido de práctica organizativa fascitoide y marcial, a maquinaria política electoral, solo funcional con el control del gobierno. A eso llegó el PLD, sin más ideario que el dinero, sin más soporte que los negocios y sin más ilusiones que el poder visto como control de los resortes de gobierno.

Influidos sus líderes principales, Leonel Fernández y Danilo Medina, por la tradición bonapartista del liderazgo hegemónico y tras vivir, el segundo, la experiencia de “la doble cara”, cuando el primero traicionó el convenio de alternancia o relevo de uno por el otro, el segundo sintetizó su amargura en la expresión “me venció el Estado”. Ahí justamente se cuajó la ruptura entre Leonel Fernández y Danilo Medina. Comenzó a desplegarse el rivalismo que marcó traumáticamente el halo de gloria del partido que fundara Juan Bosch, como expresión pretendidamente inmaculada de la política nacional, que les había permitido dividir el país “entre corruptos y peledeistas”.

Era imposible volver hacia atrás. 16 años antes había comenzado el sinuoso camino que conduciría, pragmatismo en mano y con modelo autoritario, los senderos sinuosos de los ajustes de cuenta en medio de todas las simulaciones, hacia Julio 5 de 2020.

La historia estaba sellada. 8 años de desconstrucción Danilista del poder aristocrático, altisonante y fastuoso del leonelismo, impusieron la lógica de la revancha y la respuesta solo se aplazaba, se posponía confirmando su ineluctable destino, el choque de trenes, la confirmación de la fractura, la pulverización de los contendores.

Habían transcurrido 12 años y una traición que no se podría pagar nada mas que “con la sangre”, a cualquier precio. Y eso significaba que habérsele impuesto a Leonel Fernández, interrumpiendo su camino hacia la eternización en el poder, desarmando el aparato que había creado apoyado en los recursos públicos, el manejo del poder y la experiencia alcanzada en el control del Estado, no era más que la materialización de “la revancha Danilista” desde el gobierno, con la consecuente respuesta leonelista en revancha también desde la oposición.

Pero la fractura interna crece y solo guarda las formalidades de un mismo partido. El enfrentamiento no era de “liderazgos” sino de las fracciones de un grupo corporativo, burgués-oligárquico. A este enfrentamiento tendían ser arrastrados sectores de los grupos tradicionales, que actuaron en connivencias y negocios comunes, con las mafias corporizadas, especialmente aquellos que cedían espacio a las grandes y nuevas fortunas. Así también una parte importante del estado dominicano, prefigura la existencia de una estructura armónica a los narco-estados.

Y el “Danilismo”, a quien el “Leonelismo” “pagó con la misma moneda” no podía ceder en la determinación de permanecer en el poder. Era gobierno o sepultura. Y, envilecido por el poder, caminando cuesta arriba decidió “quemar las naves”, concentrando su último cuatrienio, a la urdimbre de la reelección y el continuismo, bajo la máxima de “Le État Ce Moi” y el trauma anterior cifrado en la expresión “Me venció el Estado”.

En esta fase última la lógica que condujo al desastre se apoyó en la combinación fatal de:

  • El ocultamiento de las informaciones sobre la pandemia recién llegada.
  • El impacto del “tollo electoral” por fraude en las frustradas elecciones de febrero.
  • Aprovechamiento de la crisis sanitaria para recuperarse de la derrota electoral de marzo.
  • El retraso programado para no asegurar la contención antes del contagio comunitario.
  • Las contradicciones por el reparto de los botines ya en medio de la crisis sanitaria.
  • Las torpezas de la gestión de la salud pública.
  • Una desesperada campaña para imponer a Gonzalo Castillo en la conciencia colectiva.
  • La egolatría Danilista, dinamitaron todas las posibilidades electorales del gobierno.

El candidato real del peledeismo, porque Gonzalo era sólo la acción de pantomima, fue el gobierno como tal, pero con un presidente desgastado, derrotado sucesivamente, acorralado por todos los escándalos de corrupción y perseguido por un pueblo movilizado en las calles durante tres años, que cantando a todo pulmón convirtió en un himno las consignas “Fin de la impunidad, cárcel para los corruptos y recuperación de lo robado”.

Es incuestionable que todo el sistema partidario fue subsumido y subordinado por la potencia del movimiento de masas que con una direccionalidad precisa, arrastró a la nación dominicana, con la excepción de los dos formatos y estructuras del PLD en sus dos versiones (Danilo y Leonel) a las manifestaciones populares que en verdad entregaron derrotado y rendido, diezmado, el continuismo Danilista, a las fauces electorales, en medio de un torbellino de odio social, que se resistía a entender y admitir, pero que lo había atrapado y sin escapatoria, en el cerco histórico social, que le había arrebatado la hegemonía sobre lo popular y sobre las clases medias desconcertadas que habían sido activadas por el verdadero sujeto ganador del ejercicio de castigo del 5 de julio: La Marcha Verde.

La subestimación de la conciencia colectiva y la decisión de castigo de la gente llevaron al liderazgo bonapartista del gobierno a no prever ni medir, lo que vendría a constituirse en la tabla ineluctable de sus siete pecados capitales:

1º. Despreciar y burlarse del profundo rechazo del pueblo trabajador, las clases medias y el empresariado medio en crisis. Desconocer la determinación del castigo que estaba en camino, construido durante años de movilización social: el 4%, la defensa de Los Haitises y Loma Miranda, las luchas de las comunidades de las zonas mineras, las huelgas y movimientos sectoriales, la resistencia del movimiento ambiental, el movimiento de las mujeres, la condena de la discriminación racial, la presión juvenil en barrios, escuelas y universidades y el portentoso movimiento de masas contra la impunidad y la corrupción, Marcha Verde. 1er. error capital

2º. Suponer los grupos del poder permanente supeditados al gobierno, mientras la burocracia peledeista construía un poderoso grupo corporativo apoyado en el robo del patrimonio público, el narcotráfico y lavado, evasión y elusión fiscal, el manejo doloso de los sistemas financiero, de pensiones y seguridad social, en franca competencia desleal con los ejes históricos del poder oligárquico y burgués tradicional del país. 2do. error capital.

3º. El montaje de las primarias internas para imponer a Danilo en cuerpo ausente, humillando previamente a todo el liderazgo de relevo en el PLD, para imponer a Gonzalo Castillo, en un proceso de primaria precipitado y fraudulento, en el que el presidente sobrevaloró su rol, calculando que era el líder de los grupos de poder tradicional y que había alienado las masas populares, con la idea de que el dinero lo podía todo. 3er. error capital.

4º. No frenar el desempeño táctico de sus fuerzas, sin reparar en los serios reveses que había sufrido su régimen, empujando un programa de fraude en las elecciones municipales de febrero. 4to. error capital.

5º. La sobreestimación de las fuerzas propias y el incorrecto cálculo de que ellas, con las capacidades para manipular los resortes institucionales (JCE, Sistema Informático, aparato policial-militar, instituciones gubernamentales, etcétera) y el clientelismo, más una oposición que nunca desplegó presión política, le permitirían ganar las elecciones municipales en el mes de marzo, anunciando en forma arrogante que pintarían nuevamente de morado el mapa político del país, constituyó un grave desatino político, que además se lo creyeron, para terminar afectando la subjetividad de una base que accionaba bajo lógica y perspectiva mercenaria. 5to. error capital.

6º. La utilización de la Pandemia para construir una estrategia de miedo con los objetivos de: desmovilizar y arrinconar la oposición partidaria y el movimiento social; desordenar las fuerzas más conservadoras, aislar la principal al PRM como principal fuerza contendora; el uso masivo del dinero público, desarrollando los seis planes, que le asegurarían, según sus cálculos, el voto reeleccionista por Gonzalo Castillo. Así estructuraron tres programas dirigidos a capturar a las familias y a tener gravitación directa en los y las votantes: “Quédate en casa”, “FASE” y “Pa´ti”; junto a otros tres programas orientados a la ciudadanía, para imponer el miedo y control de la Sociedad Civil, como estrategia de pánico, promoviendo un nuevo imaginario que aterrorizara la gente, para asegurar el fraude con base en la promoción de la abstención electoral y para ello centró accionar en: La emergencia Sanitaria, el sistema de propaganda y publicidad y la instalación del C5i, para el control de inteligencia y militar de la sociedad civil. La imposibilidad de convertir esta estrategia en propuesta de intervención política exitosa, terminó reeditando la experiencia del profesor Juan Bosch, enfrentando la compra de votos n la consigna de “Vergüenza contra dinero”. Así incurrieron en el 6to. error capital.

7º. La exageración del clientelismo rentabilizando la pandemia politiqueramente, no reportó los resultados esperados por el Danilismo continuista. El Costo de derrotar a Leonel implicó un gasto por partida doble: 1ero. comprar y neutralizar cuadros y dirigentes al interior del PLD, para asegurar que la derrota interna del “Líder” no supusiera la inmediata división, a fin de esperar que las elecciones separadas les permitiera posponer cualquier desenlace, porque múltiples candidaturas leonelistas (especialmente figuras como Félix Bautista), no podían pasar a ser opositores del gobierno sino preservarse para el nuevo momento del ajuste de cuentas tras la proyectada derrota electoral del Danilismo. Este ha sido el papel de “los aguacates”; y 2do. “la compra afuera” del voto popular, del “voto por hambre”, que había sido severamente afectado, por el crecimiento de la conciencia general anti-impunidad y anti-corrupción, en y durante el accionar y las movilizaciones de Marcha Verde. Calcular este como la llave de seguridad que permitiría mantener y potenciar su voto cautivo y clientelar junto al efecto anti-oposición de la presión sin límites para una mayor y masiva abstención, constituyó su 7mo. error capital.

El acumulado en conciencia colectiva no solo funcionó en las llamadas clases medias,  activamente movilizadas y que habían pasado a cuestionar un proyecto de dominación que les había pulverizado sus aspiraciones a fuerza de una política no redistributiva ni mínimamente de las riquezas que monopolizaban cada vez más los grupos poderoso tradicionales y las mafias articuladas como nuevos clanes del aparato del poder permanente centrado en el control del gobierno y depredando la propiedad y los bienes públicos, sino que aseguró en derrumbe de la estrategia a la que sirvieron quienes hicieron el juego al desánimo promovido por el gobierno Danilista y que procuraba consolidar la falsa sensación de que se quedarían al frente del gobierno y que eran invencibles.

Es tan claro este fenómeno, que todos los programas de inversión clientelar, incluso en nombre o relación efectiva con la pandemia del nuevo coronavirus, fueron “burlados”, derrotados por una “masa silente”, que desde la pobreza dejó reducido a menos de un 30% de su efecto en votaciones, si tomamos como parámetro fundamental de referencia lo ocurrido en las provincias “ganadas por el PLD-Danilo” (Pedernales, Independencia, Dajabón, Barahona, San Pedro de Macorís y San Juan de la Maguana). En todas o son piezas confirmadas del Leonelismo (“aguacates”) o fueron triunfos pírricos y deslucidos o cuestionados. No son simples equivocaciones en cálculos sino desatinos fundamentales resultados de la falta de visión y del manejo bonapartista de la gestión política.

Así terminan el Danilismo y el PLD, pulverizados, sin capacidad de recomponerse, con un liderazgo camino de la cárcel, sin posibilidad de candidatura futura, con un poder económico que no pudo consolidar como grupo de autonomía efectiva en el concierto del poder permanente y con los despojos político-organizativos que evolucionarán hacia Leonel Fernández o a ser clientelizados en sus niveles medios por el gobierno entrante o derivados desde sus bases a la búsqueda de formas de intervención política alternativas.

Y así, tras haber incurrido en estos “siete pecados capitales” se confirma nuevamente que Danilo Medina termina sin gobierno, sin partido y sin impunidad garantizada.  

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