Se les puede ver harapientos, malolientes y sucios en cualquier barrio y urbanización. Suelen subsistir de lo que encuentran en zafacones y de la caridad de las personas que se conduelen de su condición. Los enfermos mentales deambulantes constituyen la cara fea de la sociedad, generan miedo y a la vista resultan para la gran mayoría desagradables. En los últimos años es posible observar hasta tres y cuatro en un mismo sector, donde en muchos casos son objeto de burlas y hasta de agresiones por ciudadanos insensibles ante una realidad que pudo ser prevenible con una oportuna intervención.
El psquiatra y actual director del Instituto Dominicano de Seguros Sociales (IDSS), César Mella, considera que los enfermos mentales deambulantes han sido históricamente tratados como el desecho final de una sociedad que los excluye. “Son el desecho de la desigualdad. La sociedad va creando un sedimento, un vómito final de injusticia, y ahí están ellos, que son más pacíficos que el resto de la sociedad, porque el paciente mental crónico ataca para defenderse de las burlas y de las agresiones”, indicó.
No es casual que en la Ciudad Colonial existan más enfermos mentales en las calles que en las demás zonas del país, porque allí hay más restaurantes donde encontrar restos de comida, iglesias donde guarecerse y un público diferente que no los agrede como en los barrios.
Intervención clínica
El Ministerio de Salud Pública, consciente de que esos enfermos constituyen un gran reto para la atención en salud mental, ha diseñado un plan que permitirá determinar la cantidad de personas con esta condición para recogerlos con el propósito de intervenirlos clínicamente y rehabilitarlos.
“No tenemos capacidad para acoger a todos los enfermos mentales deambulantes, pero haremos todo el esfuerzo humanamente posible para intervenir a esa población”, precisó el director general de Salud Mental de Salud Pública, Ángel Almánzar. El objetivo primordial es que la asistencia a estos enfermos mentales a largo plazo sea brindada en un contexto comunitario y con la participación activa de sus familiares.
Explicó que el “mapeo” de los deambulantes permitirá determinar incluso si son realmente enfermos mentales o indigentes, ya que “no todo el que anda sucio y descuidado por las calles tiene una condición mental tratable”.
El alcance final es recogerlos a todos, pero con el concurso de la sociedad, de las comunidades, de donde provienen, y de sus familiares para que sean aceptados luego de una intervención facultativa, farmacológica y de rehabilitación.
El director de Salud Mental dijo que ha sido la inoperancia e incapacidad del sistema, de los psiquiatras y psicólogos y de las familias en el manejo, lo que ha llevado a tener tantos enfermos crónicos en las calles.
“Esa cultura que hemos tenido de esconder al trastornado mental, de colocarlo en el cuarto más escondido y oscuro, o dejar que vaya a la calle, desentenderse de él y pensar que ya no existe, es un irrespeto a la dignidad humana”, añadió.
Casi siempre las familias terminan desentendiéndose de sus parientes con trastornos mentales porque la falta de una intervención oportuna convirtió al enfermo en crónico, pero también por la carga emocional que significa tenerlos en las casas y por el peso económico que diezma los ingresos en el hogar.