RIO DE JANEIRO.- Siempre le gustaron los desafíos. Contra los rivales, contra sí mismo. Hasta contra los que compite de otros deportes, que es algo que sólo permiten, en esta dimensión, los Juegos Olímpicos. Usain Bolt entró en la semana final de Río 2016 con una doble misión: poner la piedra basal de su último sueño personal y no dejarse amedrentar por las 28 medallas y 23 oros de Michael Phelps. Los une la gloria, la fama, el prestigio y también que, con 29 y 31 años, respectivamente, estos Juegos representan el adiós del mundo de los anillos. El Tiburón de Baltimore ya hizo lo suyo, cautivó al público y emocionó a todos durante una primera semana que lo mostró en todos los estados posibles, desde la euforia hasta las lágrimas. El Rayo de Jamaica tomó la posta del protagonismo y dejó atrás las dudas que casi paralizan a los organizadores cuando, un mes antes, sufrió una lesión en plenos trials de su país. Sigue siendo el más veloz del mundo, el más histriónico y convencido de que su despedida tendrá muchos puntos de conexión con la de Phelps.
Rey de la velocidad, dios del espectáculo y del entretenimiento, Bolt llegó a Río hace un par de semanas y desplegó su show mediático. Y como dueño natural de los 100 metros, anoche, en el estadio Joao Havelange, lejos del corazón del Parque Olímpico, pero siempre cerca de la idolatría, logró el tercer triunfo consecutivo. De Pekín a Río, pasando por Londres. Son 7 ahora sus oros y va camino al gran reto que se impuso: convertise en el primer atleta en ganar tres veces seguidas los 100m, los 200m y la posta de 4x100m. Coronándolo el día de cierre y de su cumpleaños N° 30.
No le importaron los rivales ni la mejor marca del año de uno de sus archirrivales, Justin Gatlin (9s80/100), alguien al que disfruta especialmente vencer y que fue reprobado por la gente como si fuese argentino y no norteamericano: sólo faltó que le gritaran «Justin, decime qué se siente.». Los duelos en el Mundial de China del año pasado resultaron memorables, sobre todo en esta especialidad, la de los 100m, en la que lo aventajó por apenas 1/100. Acá fue 9s81/100 contra 9s89/100. Entrando en los últimos 5 metros pegándose en el pecho y relojeando la resignación de Gatlin. No hay otra posibilidad: a la hora olímpica, siempre Bolt.
El hombre que, a diferencia de Phelps, no le esquiva a la grandilocuencia, al viejo estilo de Muhammad Alí: el de la autopromoción, el del ego exacerbado. Para hacerles sentir a todos que, por si no fuese suficiente lo que exhibe en las pistas, tiene más en su repertorio. Del «soy el más lindo, soy el mejor» de Alí al «El atletismo necesita que yo gane en Río y que sea el mejor» no hay muchas diferencias. «Y yo quiero lo mismo que quiere el atletismo. Todos están ansiosos porque puedo lograr algo que nunca nadie consiguió», añadió en los días previos.